Apartados. Por Paola Troz.


Estudiábamos en nuestro devocional familiar la historia en la Biblia que habla del leproso que se acercó hasta Jesús y fue sanado. Mateo 8:1.
No se menciona su nombre ni se menciona su oficio, tan solo se menciona la condición en la que se encontraba.

En esa época su condición se percibía como algo muy denigrante ante los ojos de la sociedad. Todos los leprosos eran apartados a propósito con el fin de evitar que contagiaran a las demás personas.
Una enfermedad humillante y cruel que lastimaba mucho más que su piel o sus órganos internos, sobre todo lastimaba la autoestima y el alma de quien la adquiriera.

Sin embargo el nombre de Jesús logró infiltrarse hasta lo profundo de esas cuevas donde se ocultaban los leprosos para no ser vistos ni rechazados.
Su Nombre brilló hasta lo más profundo del dolor y la oscuridad de aquel hombre trayendo una dosis de esperanza viva a su vida.

Algo en medio de su dolor y su condición le permitió enterarse de que Jesús pasaba justo por ahí, cerca de esa cueva y cuando este hombre pudo verlo, sin tan siquiera pensarlo, con un acto de valentía se desprendió de su lugar apartado para exponerse a los juicios y rechazos de quienes lo vieran sin importarle las consecuencias. 

¿Qué podría perder? 
Ya lo había perdido todo con su enfermedad.
Era Jesús, alguien tan reconocido y de quien se escuchaban milagros tan sorprendentes...

Aún siendo él solamente el leproso apartado, se avivó en su interior una fe y una esperanza que lo dirigieron a una sola dirección: los pies del Maestro.


“ ...Se acercó y se arrodilló ante él...”


Sus  acciones activaron su milagro...

Su osada valentía y su inigualable reverencia y humildad lo llevaron a sus pies. A los pies del Maestro.


"_ Señor, si quieres, puedes limpiarme_ le dijo.

Jesús extendió la mano y tocó al hombre

_ Sí quiero _ le dijo, ¡Queda limpio!

Y al instante  quedó sano de la lepra."

Fue más rápido y fácil de lo que jamás en su vida tras estar por años en esa cueva, se hubiera imaginado que podría ser. 
En un instante fue sano de todo lo que atormentaba su condición y lo apartaba del mundo y hasta de su familia. 

Sano en un instante en su corazón por el toque del Maestro que honró al postrarse ante sus pies reconociendo Su Santidad y quien no lo rechazó, ni se apartó al verle, sino que extendió su mano al ver su reverencia  y su desesperación y con misericordia santa lo alcanzó.

Jesús sabía que aunque su cuerpo estaba enfermo por la lepra, su corazón estaba lo suficientemente dispuesto para recibir su sanidad completa tan solo con tocarlo.




Luego de sanarle le advirtió que hiciera algo especial antes de salir a contarlo a todos :

“_Mira no se lo digas a nadie_ le dijo Jesús_;  
Solo ve, preséntate al sacerdote y lleva la ofrenda que ordenó Moisés, para que sirva de testimonio.” Mateo 8:4

Jesús le pide que lleve ofrenda como lo había enseñado Moisés, toda una autoridad  para los judíos de la época.
Así que la sola presencia del hombre sano llevando gratitud al Padre testificaría delante de todos de una autoridad mucho mayor que tenía el poder de hacer milagros maravillosos y que ahora se encontraba entre ellos extendiendo Su Gracia.

Esa Gracia perfecta que todos los días nos abraza y recuerda que sin importar cuál sea nuestra condición hoy, él desea extender su brazo hasta nosotros para alcanzarnos.

Su Nombre continua hoy infiltrándose hasta las cuevas más profundas para sanar los corazones con lepra de muchos y provocar que se atrevan a salir a encontrarse cara a cara con él para creerle y ser tocados por su mano sanadora y restauradora.

Este hombre antes enfermo testificaría del brazo que le tocó, de cómo fue al instante que le sano y transformó su triste condición en gozo. 

Jesús, la autoridad.  
El Hijo de Dios.


El hombre sano de la lepra comprendió el principio que habla de que para estar de pie ante los hombres para testificar del Hijo de Dios, es necesario antes haber estado postrado adorándole, preguntándole Su voluntad y creyendo en Su Fidelidad.


Un principio que hoy en día muchos debemos aprender a aplicar en nuestras vidas, en nuestros ministerios y en nuestra condición independientemente de cual sea.


Todo lo que se necesita para ver un milagro asombroso de Dios es un problema imposible de solucionar para los hombres.
Es ahí donde La Gloria de Dios se manifiesta y nosotros como hijos solo podemos ser testigos de ella para llevar ofrenda de gratitud y contarlo a muchos.

Hoy Jesús necesita corazones que se dispongan
y le adoren para llevarlos a testificar delante de los hombres.
Corazones sanos, que obedezcan.


Hombres y mujeres que se parezcan más a ese humilde leproso y se atrevan a dar ese paso.

Tan valientes como para postrarse delante del Rey y salir a su encuentro.
Tan osados como  para testificar de Su Gran amor.





Corazones que comprendan que han sido apartados con propósito.
y que las cuevas son tan solo lugares de paso.

Apartados para crecer en fe.
Apartados para adorar en libertad a Dios,

y sobre todo apartados para continuar hoy testificando de Su nombre y sus maravillas. 



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