Medallas de mamá. Por Paola Troz



Escuchaba una noche de estas una conversación privada que tenía  mi hijo. 
Como buena mamá no lo pude evitar.

Hay algo de entrometimiento en lo que Dios seguro se la pasa  trabajando  en cada mamá para mejorar.
Pero esa noche que lo escuchaba hablar parecía que si tenía permiso del cielo para continuar.

No era un chat con alguien, algún amigo o amiga en su computadora o su teléfono, era mucho más.

Mi hijo oraba y hablaba con el Padre Celestial.
Su oración honesta y genuina hacía vibrar cada  fibra en mi corazón.
Su agradecimiento y búsqueda personal  hacia Dios, trajeron un gozo y una paz que no puedo explicar.

Lo confieso aquí, toda la conversación la escuché y la disfruté y agradecí de lo profundo de mi ser que mi hijo conociera  la esencia de la vida: Dios y su comunión íntima con el Padre de luces.

Me hizo recordar y valorar lo rápido que los años se van. Volví a aquel lugar, a esa primera vez de fuerza en que mis ojos se encontraron con sus ojos de almendra celestial , ese día en el que Dios me bautizaba con una nueva identidad.


Una “yo”que no sabía que existía y que sin esa presencia pequeña entre mis brazos jamás hubiera descubierto o conocido.
Creo que eso le sucede a cada madre, en ese primer encuentro formal en una cama de hospital y que al encontrarse con su hijo hace que el lugar ya no importe más.

Nacíamos juntos pero yo le cargaba.
Crecíamos juntos pero yo le cuidaba.
Llorábamos juntos pero  era yo quien consolaba.
Aprendíamos juntos pero era yo la que debía enseñar.


Los años han volado con tantos momentos y experiencias que solo se comparten entre dos.
Madre e hijo. No existe una relación tan fuerte en el mundo que se pueda comparar.

Ver en lo que se ha  convertido me da orgullo y fuerza para seguirlo impulsando en amor.
Escucharlo con su flauta traversa, practicando sus coreografías, entrenando boxeo  y creando sus inventos científicos que cambiarán el mundo.
Escuchar sus opiniones tan importantes y sus sugerencias de la vida, me da esperanza para la generación que representa.

Una generación que avanza para Dios de su mano.






Aunque me equivoque mil y una vez , no lo he hecho tan mal es lo que me recuerda Dios al orar afirmándome en cada inseguridad que enfrento cuando lo veo tener que enfrentar el mal, porque me enseña que realmente él puede volar y triunfar cuando lo escucho orar y adorar.

Sus bases están en el lugar correcto, en el mejor lugar.
Recuerdo que en una ocasión mi oración fue esta: “Señor glorifícate en mi maternidad” 

Y la respuesta del Señor fue clara:

“Bástate en mi gracia porque mi poder se perfecciona en tu debilidad.” 2 Corintios 12:9
También recuerdo constantemente que le oré pidiendo que Él mismo pudiera revelarse a su corazón de una manera personal, que pudiera tener comunión con Dios y revelación de su amor.
Cuando lo escucho en su conversación privada con Dios, agradezco tanto que el Señor respondiera esa específica petición…
Sus logros son mis logros y sus victorias las mías también.
Sus luchas o su dolor mi motivación más grande para mostrarle y recordarle que  Dios y el Espíritu Santo es y será por siempre  su fiel consolador.

Hoy  y desde ya oro por sus estudios finalizados, por sus sueños cumplirse, por el Ministerio que Dios le dará  y hasta por su futura esposa.

Oro cubriendo con la sangre de Cristo  su integridad física, emocional, espiritual y hasta sexual.
La oración de una madre es poderosa, por eso es vital saberlo y  usarla  como la mejor herramienta aliada a tu favor.

La herencia que le  puedo entregar hoy es  la Presencia de Dios. Porque por más que mi esposo o yo le faltemos  o le fallemos , Él siempre será su guardador.

Hoy con un hijo adolescente y donde el abismo de enfrentar esta etapa me helaba la espalda con  tan solo pensarla hace algunos años, puedo decir que ha sido un viaje fenomenal.
Disfruto muchísimo mi maternidad porque Andrés es un joven que me sorprende con su espíritu  noble y fuerte.
Hoy tengo un hijo  con el que puedo hablar por horas y de quien aprendo entereza y valentía por todos los obstáculos que ha vencido desde que era muy pequeño.

Un hijo que me recuerda que mi fe aún cuando parezca desmayar, es lo único que me puede levantar.

¡Superé la infancia, ya me gané esa medalla! Ahora corro y peleo con fuerza por la medalla de la adolescencia y solo Dios sabe cuántas más me quedan aún por conquistar en cada una de sus diferentes etapas a futuro.

 Eso si, tengo algo bien claro, hoy estoy conquistando y orando por  la medalla que para el mañana me quiero ganar.

Ser mamá es un privilegio serio y formidable del que mi corazón jamás se podrá desligar y aunque las etapas sean diferentes en lo formación de nuestros hijos, lo importante no  es solo saberlas disfrutar sino hacer a Dios en todo momento parte vital de ese proceso.

¡Mi consejo de mamá:  enséñales a tener  comunión con Dios a tus hijos, y ellos vencerán!

Eso te permitirá llevar puesta y con tranquilidad en todo lugar, la medalla de mamá,  y aunque no está bien eso de ser muy entrometidas, es vital seleccionar la conversación que debemos en secreto lograr escuchar!

Los hijos son el mayor tesoro de una mamá, y la mejor medalla que pueden portar.

"He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre." Salmo 127:3

Que nuestra lucha como madres siempre sea la conquista del corazón de nuestros hijos. 

 Clamemos por ellos cada día, escuchemos sus necesidades e inquietudes, estemos a su lado en cada proceso que enfrenten  enseñándoles el amor de Dios  para que pueda brillar a través de sus vidas.


Cubre a tu hijos en oración y al hacerlo estarás cubriendo a toda una generación.



Verlo adorar a Dios en libertad, mi regalo más asombroso.



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