La manta amarilla. Por Paola Troz


Estaba en un desayuno de mujeres  en campo abierto, cerca de una  montaña. Era hermoso porque las mesas estaban muy arregladas y todas teníamos una hermosa  vista a toda  la ciudad mientras desayunábamos, compartíamos  y esperábamos aprender juntas de la palabra de Dios.
  El día estaba soleado y yo había llevado un suéter calientito por si bajaba más la temperatura, pero al ver el sol,  no fue mi prioridad traerlo  conmigo. Lo  dejé guardado en mi carro parqueado a bastante distancia de las mesas.
Comenzó la enseñanza y al mismo tiempo un viento fuerte  propio de la altura a la que nos encontrábamos.  Yo no quería perderme ni un detalle y sabía que si iba por mi suéter lo haría.

De pronto ya no era suficiente el solcito que parecía fascinante en un  principio,   y cuando las nubes aparecieron ese vientito se volvió bastante tortuoso para mi poca tolerancia al frío.
Pensaba:  “ si puedo hacerlo… no es tan terrible… puedo manejar el frío… no  voy a dejar que me venza …”  Pero poco le faltaba a mi cerebro para congelarse!

Lo cierto es que la vida puede volverse fría  de un momento a otro, así  como la aparición de nubes en el cielo que se encargan de distraer  los rayos cálidos del sol y hacer que los vientos sean más fuertes.
De un instante a otro todo puede cambiar y lo que parecía cálido, confortable   y prometedor se transforma en gris y frío. Y no es solo con las situaciones porque con las personas  pasa muy parecido.
Personas a quienes hemos amado y entregado lo mejor de nosotros, y que de pronto  se convierten en perfectos extraños a quienes con dificultad comprendemos y nos dolemos en lo más profundo de nuestro ser por sus acciones, por su frialdad.

El frío… nunca me ha gustado.
Lo evito a como dé lugar y procuro equiparme con mis mejores atuendos para cuando lo debo enfrentar pero  aún cuando creo estar  equipada correctamente, me suelo equivocar.
Esa mañana en el desayuno, en el instante mismo que me iba a levantar  para ir por mi anhelado suéter hasta el carro, se acercó hasta mi asiento una linda dama con una manta amarilla muy calientita.

 La puso en mis manos y me sonrió al entregármela.
 
 
Fue mi pronto auxilio. Fue  mi ayuda y  solución inmediata e inesperada cuando estuve a punto de darme por vencida.

Fue un mensaje directo de Dios recordándome que El tiene cuidado de todos los detalles, aún de los que yo misma creí tener cuidado y fallé  por alguna razón.
Mi Padre Celestial sabía que necesitaba calor, El  sabía que no quería perderme la mejor parte, y que  mi carro estaba lejos. El hasta recordó  que mi color favorito es el amarillo.
De igual forma Mi Padre Celestial cuidará cada nuevo paso y cada nueva decisión que enfrente en mi camino, en ese camino trazado específicamente por su mano perfecta cuidando todos y cada uno de los detalles ,esos que incluso ni yo misma reconozco o  tengo conciencia de ellos pero por su infinita misericordia me muestra.
El frío es parte de la vida pero el calor también lo es,  y su recordatorio específico durante esa mañana fue que El suplirá y proveerá con  excelencia  cada una de mis necesidades. El  se hará cargo aún cuando yo haya cometido errores.  
Incluso  si es necesario, enviará hasta el mismísimo lugar donde te encuentres la ayuda que  El sabe necesitas porque te ama como  Tu Padre que es.

 Esa mañana  durante ese desayuno particular, me sorprendió con su cuidado para mí y terminé de disfrutar toda la enseñanza más confortable y abrigada  que nunca con la maravillosa vista hacia toda la ciudad.
Sabiéndome resguardada y por sobre todo muy calientita con la confortable manta amarilla, me sentí protegida, cuidada, segura.

Con esa manta amarilla que me ayudó a soportar el frío que es parte de la vida y que no está en mis poder controlar, pero en las manos de Mi Padre Celestial, sí que lo está!



El que habita al  abrigo del altísimo, morará bajo la sombra del omnipotente.”

 Salmo 91:1

Comentarios

Entradas populares